© Luís Adrián Betancourt.

Las aguas de La Habana

Albear tiene una estatua, un parque y dos calles que llevan su nombre; y todavía es poco. La fama se la ganó bien, por poner al servicio del habanero las aguas de sus ríos y manantiales.
Por el tiempo de España Albear inventó un acueducto que hoy todavía sigue en pie. Para llevar las aguas al interior de la ciudad, usó el canal de Vento, un cauce tan bien hecho que únicamente un desastre como el ciclón del 26 logró dañarlo, al desbordarse las aguas del río Almendares.
La Taza de Albear era una belleza, una de las siete maravillas de Cuba. Por esa obra Albear ganó medalla de oro en París. El también tiró muchos puentes por encima de los ríos habaneros, en Luyanó, en Puentes Grandes, el famoso de Alcoy, copia de uno igualito que hay en Alicante, España.
Y por los tantos favores de aguas limpias que le hizo Albear a la ciudad, no digo yo si merecía que le hicieran una estatua. Y hay otra estatua por hacer para aquellos que le dieron a La Habana desahogo para sus aguas sucias.
Antes de que se inventara la primera alcantarilla, todo el mundo cogía parejo, hasta los condes y marqueses tenían que mandar a hacer huecos y tapar sus cacas lo mismo que los gatos callejeros.
El señor Martínez, vecino de un tren de coches que estaba en Valle entre Infanta y San Francisco, tenía como 20 carromatos dedicados nada más a la limpieza de letrinas.
Eran unos carretones halados por mulos, que tenían encima como un embudo de hierro y dos barras, y con eso sacaban el excremento de las fosas.
En el gobierno de José Miguel Gómez, se ajustó el negocio del alcantarillado.
Hicieron planos para ver cuál iba a ser el camino de la mierda, y, a seguidas, empezaron a romper las calles, las aceras. Si había una casa de por medio, también se la llevaban en claro.
Trajeron unos moldes del norte y los montaron en un taller que había en Infanta y San Martín. Allí fabricaban los tubos grandísimos, y después, ¡carretón con ellos!, halados por tres mulos, porque eran pesados. Los iban sembrando en las zanjas, a una profundidad de siete metros, para que no tuviera que ver con nada.
La tubería maestra era tan ancha, que le cabía dentro un hombre parado.
Por esos grandes tubos viajaba la mierda, las aguas de letrinas, los baños, todo el desecho de las casas ricas y las pobres.
Todo eso bajaba para el Muelle de Caballería, se metía por debajo de La Cabaña y desembocaba en la Playa del Chivo, que por los olores le pusieron el nombre.
Don Pancho fue un carretonero que acarreó muchísimos de esos tubos del alcantarillado; y a nadie se le ocurrió hacerle una estatua, ni tampoco a los españoles que vinieron a trabajar al almacén de tubos, o a los que dieron tanto pico y palas y hasta se murieron de fiebres y enfermedades tropicales.
Una vecina de La Ermita se quedó viuda en esa corrida, porque ella y su marido viajaron a Cuba embullados porque las alcantarillas darían mucho que ganar, pero él no rebasó el clima y se murió de tifus.
Ese trabajo era peor que el de hacer acueductos, más peligroso y sucio, y como se ve por las estatuas y los nombres de las calles, menos considerado.
Eso es como el caso de los toros y los toreros. Si Manolete merecía recordarse, ¿por qué no el toro que lo mató en defensa propia y otros tantos animalitos que fueron llevados al sacrificio para divertir al cristiano? De tener dinero sobrante yo le mandaba hacer una estatua al Isleño.
Y volviendo a las aguas de La Habana, las sucias y las limpias, no pueden quedarse sin mención las de la mar, que tanto fresco nos dan en el verano, en las playas que todos envidian; lo mismo que ese malecón, que muchas ciudades quisieran tener.
Debemos acordarnos más de que vivimos en una isla, que si el mismo malecón es bueno como paseo, mejor todavía lo es como madre de pejes riquísimos.
Al final de la calle E estaban los famosos baños, que le decían de Carneado.
Era la mar abierta, pero le habían hecho unas divisiones para que no pudiera pasar el tiburón. Ir a los baños de Carneado un domingo, llegó a ser la mejor diversión habanera.
La Avenida del Puerto se la quitaron a la mar. Todos los escombros de la ciudad fueron a parar allí como relleno. Tanto le quitaron, que antes las aguas llegaban hasta la misma calle San Lázaro.
Ahora le ponen nombres al fenómeno, pero lo cierto es que la mar, cuando se acuerda de esa deuda, viene por lo suyo y arrasa sin miramientos. Cuando pasa eso decimos que la mar se salió de su sitio, cuando lo que hace es regresar.
El primer palo de atracar barco en La Habana fue el de la Machina. Se hizo tan famoso el lugar, que cuando alguien quería echar una maldición bien mala. lo que le venía a la mente era:
-Ojalá te vea colgado del palo de la Machina.
En la mar estaban también los caminos de Cuba, las rutas de los vapores trasatlánticos. Muchos servicios de coches los hice para recoger a alguien que llegaba de un largo viaje o de cruzar el canal desde Miami, que entonces era una aldea comparada con La Habana. También iba a menudo para llevar a marchantes que tenían boletos sacados para viajar a Barcelona, Cádiz, Veracruz. Y no solo era el que llegaba o se iba, sino también sus parientes, que venían a despedirse o a recibir a los viajeros.
Una vez –no quisiera ni acordarme-, de la calle Infanta pidieron para recibir a uno que llegaba en vapor. ¡Las horas que pasé esperando! Hasta que viendo que no quedaba casi nadie, nada más que mi coche, le pregunto al cliente:
-¿Y usted está seguro de que venía en ese barco? ¿No se habrá arrepentido a última hora?
-¿Cómo va a arrepentirse, cochero, si es el capitán?
Salían los barcos y ya no se sabía mucho de ellos hasta que llegaban al otro puerto. Cuando mi hermano embarcó para Santander, en el año 9, en La Habana se corrió que al cuarto día de salir de aquí, se había perdido el vapor.
Mi madre pasó seis días sin dormir ni comer, nada más llorando, y no tuvo vida hasta que salió en un periódico que habían llegado a Cantabria sin novedad.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Luís Adrián Betancourt Sanabria [Placetas, Cuba, 1938] Licenciado en Periodismo en la Universidad de La Habana en 1976 y autor de “Huracán” (Novela), “Expediente Almirante” (Novela), “A la luz pública” (Cuentos), “Aquí las arenas son más limpias” (Novela), “Triángulo en el hoyo 8” (Cuento) “¿Por qué Carlos? (Testimonio), “El extraño caso de una mujer desnuda” (Novela), “El otro cisne azul” (Radio serie), “Sdies piesok chitse” (Novela), “El Código de las Islas” (Radio serie), “La suerte del desconocido” ( Radio serie), “El extraño caso de una mujer desnuda” (Radio serie), “Amor a segunda vista” (cuento), “El sombrero negro” (cuento), “Bien vale la pena” (Teleserie), “Un inquilino raro” (Cuento), “Cargo de conciencia” (Radio serie), “Óleo de mujer” (Radio serie), “El secreto y la sonrisa” (Radio serie), “Esa mujer no existe” (Novela), “Maceta” (Novela), “Lobo de mar” (Testimonio), “Love at second sight” (Cuento), “Cochero” (Testimonio), “Quinta y 14” (Cuentos), “Todas las pistas eran malas” (Cuento), “Las honras del náufrago” (Novela), “Guilty” y “Un topo en el buró”; ha sido corresponsal de guerra, investigador histórico, fotógrafo, marino, maestro, y redactor. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas (UNEAC), y del Grupo Asesor de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), posee la Distinción Félix Elmuza, presidió la Sub Sección de Escritores Policíacos hasta su extinción. Es miembro fundador de la Asociación Internacional de Escritores Policiales y en el marco de la Feria del Libro del 2001 en la Habana fue condecorado con la Distinción por la Cultura Nacional y por acuerdo XI-102 del 3 de abril del 2004 de la Asamblea Municipal del Poder Popular del Cerro fue declarado Hijo Ilustre del Cerro.