© Luís Adrián Betancourt.

Carretoneros

Cuando no se había inventado el camión se cargaba de todo en los carretones.
Los primeros que yo recuerdo eran de dos ruedas, pero con el tiempo, viendo que era mucho peso para los pobres animalitos –y buscando la manera de llevar la mayor carga posible en cada viaje- empezaron a salir carretones de cuatro ruedas. Eso fue aproximadamente por el año 6.
En aquella época, un carretonero famoso en La Habana fue Joseíto Gómez Penabad, amigo nuestro, marchante de todos los días, que cuando se casó un 24 de febrero llevó a la boda 22 coches y Vis a Vis y hasta unos cuantos fotingos de los primeros que llegaron.
Era el dueño de una flota de carretones que acarreaban tabaco del almacén de Monte 15, cerca de La Sortija, que se llamaba entonces Benítez y Compañía.
Esos carretones ni tenían asientos. Cuando la carga estaba lista, el carretonero se trepaba encima de ella y desde allí manejaba los caballos.
Toda la madera que acarreó Dionisio Pérez fue teniendo bien en cuenta dónde iba a poner la carga, pero no dónde iba a acomodar al carretonero.
Manejar carromatos no era solamente incómodo, sino también peligroso.
Nunca se me olvidará lo que le pasó a un negrito muy amigo mío, que la mujer se llamaba Casilda.
Ese muchacho cargó el carretón hasta los topes, le colgó un trapo colorado adelante y otro atrás y arreó con todo aquello. Llevaba dos mulos nuevos con muchas ganas de ser mulos, con mucho empuje, pero poca experiencia. No hizo más que doblar por la calle Cristina, cuando los mulos se metieron en un hueco. La carga se desprendió, el carretón se viró de cabeza, fue el acabose.
Como el carretonero no tenía defensa, nada de qué agarrarse, salió disparado por los aires, con tan mala suerte, que en la caída se desnucó.
Así es la vida, a la semana del accidente, solo Casilda la viuda se acordaba del pobre carretonero. Los Pérez se buscaron a otro y siguieron halando madera, que era lo único que les importaba, ya que se hicieron ricos vendiendo palos.
Dionisio Pérez, maderero al fin, él mismo construía en sus talleres todos los carretones que necesitaba, de la forma y tamaño que necesitaba, pero jamás se le ocurrió inventarle un asiento al carretonero. Cargaba tiras largas de la mejor madera, cedro, caoba, troncos que bajaban de las montañas, porque ya en los llanos apenas quedaba una mata que sirviera.
Quince o veinte carretones suyos salían del ferrocarril cargados de maderas para el aserrío. Un día un amigo le preguntó:
-Dionisio, ¿de qué vas a vivir cuando corten la última mata de las lomas?
-Eso no lo voy a ver, -respondió- así que no me preocupa.
Ya por el año ventipico había como diez o doce aserraderos famosos en la ciudad y quien sabe cuántos en el campo, incluso pegadito a los bosques.
Y no solo era tabaco y madera lo que llevaban los carretoneros, sino toda clase de mercancías. Tan importante fueron, que en la calle Oquendo hicieron uno de piedra, tallado en la cornisa de una casa frente al antiguo Hospital de la Policía. Está bien hecho ese carretón de Oquendo, parece de verdad, halado por mulas, encima de un callejón de piedras. El carretón sin cochero. Se olvidaron de él como del marido de Casilda. Un León encima es lo que lleva ese coche. Sería porque su dueño era un león, buen comerciante. Era repartidor de sirope y panales, dulcero.
Había una fábrica de panales en San José entre Belascoaín y Gervasio, de dueños vizcaínos y otra en Luyanó de un español luchoso, que lloviera, tronara o relampaguera, sacaba mil panales diarios en La Especial.
Ese dulcero también vendía garrafones con sirope para hacer refresco. Por donde quiera uno se tropezaba con ese carretón de La Especial.
Otros vendían melado de caña para rociar buñuelos o mojar con pan o hacer torrejas. También había estancos de productos criollos donde se vendía casabe, comidas cubanas y españolas; y muchos de esos productos se movían en carretones.
Las cañas las traían a los puestos de chinos dentro de barriles de papas, mazos amarrados con ariques, a 3 y 5 centavos.
El guarapo era una bebida popular, andaba por todas las esquinas. La gente lo tomaba con limón o naranja agria. A la liga de leche y mantecado le decían fotingo. Se vendían panales con leche y agua de coco.
Lo que más venía de afuera y entraba por los muelles de Caballería eran las papas isleñas, los bocoyes de vino español y el bacalao de Noruega; y se encarretonaban esas mercancías en un terreno grande, frente al mar, para ser llevadas a los almacenes mayoristas.
Los carboneros también usaron carretones halados por mulos. Llevaban el techo de lona y eran bien cerrados para que el tizne no molestara a los vecinos. Se parecían un poco a esos carromatos que salen en los convoyes de las películas del oeste.
Al carbonero joven le costaba trabajo encontrar novia. Si la muchacha lo conocía tiznado, más nunca le hacía caso. La gente le huía más al hollín que al moñíngo. Lo mismo le pasaba al curtidor de pieles, que nadie se le pegaba ni aunque estuviese acabado de bañar. Las tenerías estaban en las afueras de los pueblos, como los basureros y los cementerios.
Como entonces todo el mundo cocinaba con carbón, había muchísimas carbonerías, de donde salían todas las mañanas los carretoneros a pregonar. Nada más en Zapata y Paseo había tres, en el reparto Las Cañas como cuatro, dos en Pamplona.
En el establo de La Ermita, nosotros hacíamos nuestros propios hornos; pero ni así alcanzaba el carbón, porque mi madre le cocinaba a los cocheros y a los peones. Teníamos una carbonera, y cuando no dábamos abasto, comprábamos unos cuántos sacos.
De los Estados Unidos traían casi todos los mulos que iban a parar a los carretoneros. Eran animales sanos y fuertes, lo que les esperaba en Cuba no era juego, porque los barrios de La Habana tienen más de cuatro grandes lomas.
Muchos carromatos se dedicaban a hacer viajes largos, a Matanzas, Güínes, Bejucal. Se metían como una semana en ir y venir a Hoyo Colorado en Bauta.
Esos carretones eran más grandes, llevaban más mulos, pero aún así pasaban mil apuros. No había carretera central. ¡Qué iba a haberla! Si todavía La Habana tenía calles apisonadas, sin asfalto.
Cualquier época era mala para coger un camino largo. Si había sol te aterrillabas; si llovía, el fango y los ríos crecidos no te daban paso, las lomas eran más empinadas. Los pobres animalitos tenían que vérsela con todo eso. No por gusto se inventó la frase de trabajar como un mulo, o la del que nace para mulo, del cielo le cae el carretón.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bien escrito, y muy buena nostalgia.

Me acuerdo muy bien del carbonero que traía los sacos de carbón a nuestra casa en Luyanó. Siempre muy amable, con la cara y los brzzos tiznados.

Gonzalo

Acerca del autor

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Biobibliografía

Luís Adrián Betancourt Sanabria [Placetas, Cuba, 1938] Licenciado en Periodismo en la Universidad de La Habana en 1976 y autor de “Huracán” (Novela), “Expediente Almirante” (Novela), “A la luz pública” (Cuentos), “Aquí las arenas son más limpias” (Novela), “Triángulo en el hoyo 8” (Cuento) “¿Por qué Carlos? (Testimonio), “El extraño caso de una mujer desnuda” (Novela), “El otro cisne azul” (Radio serie), “Sdies piesok chitse” (Novela), “El Código de las Islas” (Radio serie), “La suerte del desconocido” ( Radio serie), “El extraño caso de una mujer desnuda” (Radio serie), “Amor a segunda vista” (cuento), “El sombrero negro” (cuento), “Bien vale la pena” (Teleserie), “Un inquilino raro” (Cuento), “Cargo de conciencia” (Radio serie), “Óleo de mujer” (Radio serie), “El secreto y la sonrisa” (Radio serie), “Esa mujer no existe” (Novela), “Maceta” (Novela), “Lobo de mar” (Testimonio), “Love at second sight” (Cuento), “Cochero” (Testimonio), “Quinta y 14” (Cuentos), “Todas las pistas eran malas” (Cuento), “Las honras del náufrago” (Novela), “Guilty” y “Un topo en el buró”; ha sido corresponsal de guerra, investigador histórico, fotógrafo, marino, maestro, y redactor. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas (UNEAC), y del Grupo Asesor de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), posee la Distinción Félix Elmuza, presidió la Sub Sección de Escritores Policíacos hasta su extinción. Es miembro fundador de la Asociación Internacional de Escritores Policiales y en el marco de la Feria del Libro del 2001 en la Habana fue condecorado con la Distinción por la Cultura Nacional y por acuerdo XI-102 del 3 de abril del 2004 de la Asamblea Municipal del Poder Popular del Cerro fue declarado Hijo Ilustre del Cerro.