© Luís Adrián Betancourt.

Rumba con putas

En tiempo de España hubo tal arribazón de putas en La Habana, que en el Cerro tuvieron que abrir una quinta de salud nada más para ellas. Algunos clientes de nuestro establo solicitaban coches para irse con ellas cualquier noche.
Si madre salía al teléfono para recoger el encargo, en lugar de pedirle coche le decían con gran misterio:
-Señora, yo quisiera hablar con el Montañés.
Mi padre cogía el teléfono; y el hombre, que seguro era un don habanero, le daba mil vueltas hasta que al fin caía en pedirle, más que un buen coche, un cochero de confianza, que supiera mantener cerrada la boca.
-Porque vamos, la diligencia es con unos amigos, y también unas amigas, y puede que se nos haga muy tarde, y sobre todo, Ramón, no quisiéramos que eso se supiera en casa…
Mi padre entendía enseguida, tomaba nota de la hora y el lugar, cogía el libro, y como las cuentas sí había que llevarlas claras, escribía: “Fulano de tal, al café cantante, rumba con putas.”
Eso eran por lo menos cuatro horas, esperar en el lugar y buena propina que comprara a la memoria. A mí me tocó más de una de esas carreras con gente encopetada que salía de su casa con cara de llanto o luto, diciendo que iba para un muerto y terminaba enredado con una puta.
Un día un carpintero fino, que ganaba mucho dinero en la calle San Lázaro, me dice en la misma puerta de su casa:
-¡A Colón!
Y yo enseguida dije: “entierro”; pero cuando voy subiendo en busca de Zapata, el don me pregunta:
-¿A dónde me lleva?
-¿A dónde va a ser, no me dijo que al cementerio de Colón?
-¿Qué? –el hombre hizo la señal de la cruz- ¡Dios me libre! Lo de cementerio lo inventó usted. Yo le dije a Colón, el barrio de las putas.
-Pero usted sabía que hay dos Colón y uno de ellos es el cementerio, ¿por qué no me aclaró al salir?
-¿Y qué quería ¿Qué le aclarara el detalle delante de mi mujer?
Con tanta gloria y fama que ganó don Cristóbal cuando Cuba todavía no era Cuba y vienen a dedicarle un cementerio y un barrio de putas.
De una rumba con putas vi yo salir a un viejo que no daba para más. La rubia de ojos verdes, que podía ser su nieta, lo había dejado moribundo. Faltó muy poco para que su próximo viaje fuera para el otro Colón. Cuando subió al coche me dijo cancaneando:
-¡Hijito, hijito, llévame pronto para casa que me muero!
Fuimos al trote, y al bajarse en su puerta y recibirlo la mujer le dijo lo mal que se había puesto con una discusión por negocios. “Pregúntale al cochero -decía- y la señora que pobrecito, que cálmate, que un día se me muere en un pleito. Y yo ni miraba para que no se me descubriera la mentira.
Los franceses también vinieron a meterse en el relajo cubano, traían muchachas de su país, les hacían un cuento de que serían artistas, bailarinas de un show, cantantes, o se lo decían por lo claro y terminaban en un bayú habanero.
En la época en que los chulos cubanos entraron en contacto con los franceses por no ponerse de acuerdo con el reparto, fue el escándalo de Yarini, por el año
10.
Yarini era un político del Partido Conservador, hijo de un médico famoso, vecino de la calle Galiano, y chulo profesional de San Isidro.
Las francesas estaban detrás de cualquier puerta. Una mañana estaba esperando a un cliente que llevé al precinto y –estando allí- trajeron a una francesa que ni hablar español sabía, pero que venía quejándose del trato que le daba el chulo. Quería denunciarlo, pero no sabía cómo. Mandaron a buscar al capitán, pero él estaba salpicándose con los chulos. Nada más de verla le adivinó la pinta.
-¿Y a esta qué le duele?- preguntó.
Y ella, como no sabía español, hasta se sonrió creyendo que le habían dado el trato de marquesa. Empezó a enseñar los golpes que le había dado el chulo, a decir que era una francesa de París, una extranjera, y cuando más contenta estaba, el capitán, que la entendía a media lengua, le gritó:
-Cállese la boca, que usted no es más que una puta de callejón
La pobre, vino de acusadora y terminó en el calabozo acusada de escándalo público, desacato a la autoridad, y no recuerdo cuántas cosas más. Seguro que no se le volvió a ocurrir meterse con su chulo.
El caso de Yarini fue que iba pasando por una de esas casas en el momento en que le estaban dando tremenda paliza a una de esas muchachitas acabadas de traer de Francia.
Yarini era guapo, se metió en la bronca, le quitó la mujer al francés y se la llevó para San Isidro, que era su zona. Eso jamás se lo perdonaron los franceses, que eran tan pendencieros que les decían los apaches. Lo cazaron.
Yarini no cogió miedo, siempre andaba con amigos, con perros guardianes y con revólver. Lo pudieron matar porque le tiraron desde una azotea, pero el francés también la pagó.
Cuando estaban enterrando a Yarini, unos chulos cubanos mataron a otro francés. Eso fue así, muerto por muerto.
Ellos venían ya de regreso del cementerio en un coche que le habían alquilado a Canales; y los cubanos vinieron por detrás, treparon al coche y apuñalearon al pasajero por la espalda. Al otro francés le encajaron un palo de escoba en la tabla del pecho, lo ensartaron como a tiro de lanza.
A Yarini le rompieron las coronas en Zapata. A Bertha, la muchachita que había defendido, por poco la matan. En Carlos III lo sacaron de la carroza y siguieron con él a pie. Muchos coches nuestros fueron al entierro de Yarini, que por poco termina en una guerra.
Los americanos también tuvieron participación en el negocio de las putas, sobre todo cuando empezó la República. Hicieron como un censo, un control.
Todas se inscribieron para que les dieran la cartilla, y con eso ya tenían libre.
Cualquier cubana o extranjera de más de 18 años podían entrar en el oficio.
Tenían un dispensario médico que las chequeaba. La que se enfermaba iba a parar al hospital de la Policía.
Ellas no podían vivir en otra parte que no fuera el bayú, ni podían andar más de dos juntas fuera de su demarcación, ni podían pasearse en coche o fotingo sin capota.
Ellas estaban por donde quiera, en Damas, Paula, San Isidro, Desamparados.
Una matrona se encargaba de ellas, que fueran al médico, que no formaran escándalos.
Cuando se iniciaba una, de señorita, esa primera noche se la vendían cara a un camaján con bastante dinero. También hacían negocios por debajo de la mesa con niñas. Algunas iban a parar al bayú después de que les compraban papeles falsos haciéndolas aparecer como mayores de edad.
Los chulos cubanos traían guajiras de los pueblos del interior, embarcadas con el mismo cuento que les hacían a las francesas. Cuando se enteraban de que no habían venido a bailar a un casino, ya era tarde para regresar a su pueblo.
Félix Andrade, el mismo alcalde que tuvo la ocurrencia de quitarle los timbres a la cochería, le dio por cerrar los barrios de putas. Y fue lo peor que pudo hacer, porque allí estaban controladas. Todo el mundo sabía bien dónde estaba la zona de mala vida. Nada más de ponerse el primer pantalón largo ya el muchacho sabía el camino, y el que iba ahí sabía a qué, pero con la charranada de Andrade, todas se desparramaron por la ciudad, fueron a parar a todos los barrios y repartos, en cada esquina que había un bar se metieron a hacer lo suyo.
A causa de eso hubo que tumbar una casa en la calle Pilar y hacerla de nuevo, porque ya era tan conocida como bayú que ninguna persona decente aguantaba vivir en ella.
La clientela seguía viniendo, tocaba a la puerta, preguntaba por las putas, y si por casualidad encontraban abierto, no paraban hasta el fondo.
Se dio el caso de un guajiro que, al venir a La Habana, le recomendaron la dirección. La tarjeta que traía el muchacho decía clarito: Nueva del Pilar número 33, no toque, empuje y pase, no pregunte, ya sabemos a qué viene. Y eso mismo fue lo que hizo el guajiro. Entró hasta el fondo, se encontró con una muchacha que se estaba bañando y le fue arriba. La muchacha a gritar y él a lo suyo, quién le iba a decir que aquella era una mujer decente.
Por el año 17, unos políticos muy conocidos empezaron a fiestar temprano, cogieron embullo, se fueron de rumba con putas para el cabaret Boloña, y de ahí no les bastó y se fueron a una finca con un montón de mujeres. Fue el acabose. Al otro día todavía estaban borrachos. Salieron a caballo y entraron al galope al Hotel Luz, al Anón del Prado, a donde se les ocurrió. Esos hombres hicieron lo que les dio la gana. Si veían a una mujer la tocaban, le decían groserías, trataban de llevársela, parecían piratas saqueando la ciudad, y todo ese escándalo en el mismísimo medio de La Habana, sin que la policía se metiera, porque cuando se lo dijeron al capitán Hidalgo, y le mencionaron los personajes que andaban en la fiesta, en lugar de actuar lo que hizo fue esconderse.
Un día mi tarjeta de cochero decía: Doctor Fulano de Tal, para visitar al cura párroco tal en la iglesia más cuál. Fui a buscarlo, montó el hombre muy dispuesto, y acabando de salir me tocó el hombro con el bastón y me dijo:
-Cocherito, después de confesarme con el cura me lleva a donde usted sabe.
Por poco no me acuerdo de que una semana antes había hecho lo mismo, pero con el pretexto de un entierro. Porque este hombre, lo mismo que Tiburcio el contramaestre de Columbia, y otros clientes de mi padre, combinaban las diligencias con las rumbas con putas para disimular.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Luís Adrián Betancourt Sanabria [Placetas, Cuba, 1938] Licenciado en Periodismo en la Universidad de La Habana en 1976 y autor de “Huracán” (Novela), “Expediente Almirante” (Novela), “A la luz pública” (Cuentos), “Aquí las arenas son más limpias” (Novela), “Triángulo en el hoyo 8” (Cuento) “¿Por qué Carlos? (Testimonio), “El extraño caso de una mujer desnuda” (Novela), “El otro cisne azul” (Radio serie), “Sdies piesok chitse” (Novela), “El Código de las Islas” (Radio serie), “La suerte del desconocido” ( Radio serie), “El extraño caso de una mujer desnuda” (Radio serie), “Amor a segunda vista” (cuento), “El sombrero negro” (cuento), “Bien vale la pena” (Teleserie), “Un inquilino raro” (Cuento), “Cargo de conciencia” (Radio serie), “Óleo de mujer” (Radio serie), “El secreto y la sonrisa” (Radio serie), “Esa mujer no existe” (Novela), “Maceta” (Novela), “Lobo de mar” (Testimonio), “Love at second sight” (Cuento), “Cochero” (Testimonio), “Quinta y 14” (Cuentos), “Todas las pistas eran malas” (Cuento), “Las honras del náufrago” (Novela), “Guilty” y “Un topo en el buró”; ha sido corresponsal de guerra, investigador histórico, fotógrafo, marino, maestro, y redactor. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas (UNEAC), y del Grupo Asesor de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), posee la Distinción Félix Elmuza, presidió la Sub Sección de Escritores Policíacos hasta su extinción. Es miembro fundador de la Asociación Internacional de Escritores Policiales y en el marco de la Feria del Libro del 2001 en la Habana fue condecorado con la Distinción por la Cultura Nacional y por acuerdo XI-102 del 3 de abril del 2004 de la Asamblea Municipal del Poder Popular del Cerro fue declarado Hijo Ilustre del Cerro.