© Luís Adrián Betancourt.

Las modas

No es fácil vestir a una mujer, no es como el hombre, que se echa cualquier cosa encima y sale a la calle. Ella, en el apuro más grande, no le importa si va a llegar tarde a donde vaya, pero se pone a escoger, que si la seda, que si el crepé o los tafetanes. Muchas largas esperas de cocheros se debieron a que una mujer no sabía con qué vestido salir, y esas eran sus conversaciones tan pronto subían al coche, así se estuviera acabando el mundo. De esa pasión para las modas salieron negocios redondos.
Rico el isleño, que era rico al igual que su apellido, se lo debía todo a las telas.
Andaba siempre con la vara al hombro y tijera en mano listo para vender un corte.
Casi todos los tenderos de La Habana eran españoles, pero también había muchos cubanos. Los lugares más famosos, como El Encanto, La Epoca, Fin de Siglo, ya vendían ropas en el tiempo de España.
En Galiano y San Rafael estaba El Boulevar de Laureano Cifuentes, que de ahí, con el tiempo, salió La Casa Grande.
Los mejores trajes eran en J.Vallés, en San Rafael e Industrias.
Los dueños de El Encanto no se encontraron una botija de oro, ni el dinero les cayó del cielo. Empezaron vendiendo retazos.
Los tenderos judíos vinieron mucho después, sobre todo durante el gobierno
de Machado.
La calle Muralla se llenó de almacenes. Estaban puerta con puerta, uno frente a otro, la calle entera, y la competencia era dura. Pasabas por ahí y te metían para adentro a enseñarte la última tela que habían recibido de Italia, Francia, España. En Europa se inventaba un modelo y al otro día ya lo estaban vendiendo en La Habana.
En el 105 y 107 de Muralla, estuvo La Fama, que fabricaba pantalones y ropa de trabajo para hombres.
Había varias sombrererías, yo llevé a muchos clientes a una de ellas, donde vendían las mejores bombas. La bomba era un señor sombrero, que únicamente lo llevaban las personas adineradas. Eran de castor, de felpa. Se usaban en los paseos, en los entierros. A los ricos se les decía “gente de bomba”
Más allá del año 8 las mujeres usaron un vestido muy elegante, que le llamaban Montecarlo. Con eso echado encima podían ir a cualquier parte.
En La Ermita, Charito, la comadrona, tenía un Montecarlo amarillo y jamás se lo quitaba de encima. La muy cabrona sabía que le quedaba bien y nunca se lo sacaba del cuerpo.
Mercedes, mi mujer, tuvo uno de esos vestidos Montecarlo. Había que verla paseando con él. Sin desdorar a las demás, el Montecarlo ganaba encima de ella.
Muchas tiendas de mujer vendían corsés. Mi madre llegó a tener esos corsés con ballenas que llegaban hasta las medias. Los había de distintos colores y tamaños.
El malacó era la armazón de hierro para levantar el vestido, pero eso ya no se usaba en la época de mi madre. Ella andaba casi siempre con el pelo suelto, pero también le gustaban los bucles, los ganchos de carey, las sombrillas, los abanicos; y claro, los corsés americanos.
Por el año 19 se puso de moda el pelado de moño alto, hasta que de repente las jovencitas empezaron a cortarse las greñas tan bajito que llegaban a parecer machos. Aquella moda sí que fue un escándalo.Las muchachas empezaron a salir a la calle tuzadas como gallo, y se confundían con varones.
Esa moda tan extravagante salió de imitar al personaje de una novela que se llamaba La Garzona, de ahí el nombre del pelado. Y daba pena ver como las mujeres caían en ese ridículo. Cuántas melenas bonitas se desgraciaron por esa monería.
Una vecinita nuestra que tenía muy buena presencia, de pronto se me presentó con el garzón. La cabeza más pelada que la del conductor de un tranvía. Le pregunté:
-Cogiste piojos.
-No, Macho, yo cuido mucho mi cabeza.
-Hiciste una promesa.
-Tampoco.
-Entonces te volviste loca.
-Es la moda del garzón, ¿No te das cuenta?
Otra vecina, Carmen, estaba a punto de casarse: pero el novio le había pronosticado que si se cortaba la melena la dejaba. Ella creyó que no lo cumpliría y se repeló. La moda pasó pronto y Carmen se quedó sin novio y sin pelado.
Yo creí que esa moda ya no volvería más, pero por el 50 la ví otra vez. No era tan exagerada y tenía otro nombre (el italian boy): pero era la misma puñetería del pelo a lo macho.
Me daba risa oír que era una moda nueva de Roma. Igualpasó con la minifalda.Las muchachitas creyendo que estaban enseñando lo nunca visto, dándose de modernas, sin saber que ya sus bisabuelas habían pasado por eso.
Las mujeres usaron mucho tiempo unas carteritas metálicas como de malla, que también volvieron a verse no hace mucho.
Por el 18 empezó la pintadera de uñas.
Mi padre no era muy presumido, pero tampoco descuidaba la presencia.
Tenía ropa de fiestar, de cumplir con los muertos, de llevar coches. Una vez le dio por las camisas de percherolas. Venían del tiempo de España y se acabaron en los primeros años de República. La gente de dinero las compraba.
Eran lindas, de hilo, hechas en taller por mujeres que trabajaban como cosedoras. En Pérez y Hermano se fabricaba el hilo para esas camisas. Eran fuertes, duras, por cada lado les hacían un largo hasta abjo, con unos pliegues, y se abrían y se planchaban esos dobleces uno por uno con una paciencia de santo. De santa, porque era tarea que le tocaba a la mujer.
Eran iguales que los trajes blancos, muy bonitos y vistosos, tan elegantes que lo usaban los presidentes, los senadores; pero las mujeres soltaban el alma encima de la tabla de planchar. Había que sacarle brillo a la tela, y esos detallitos se hacían con una planchita chiquita de hierro fabricada exclusivamente para eso.
Las percherolas llevaban delante como una pechera con seis rallas de pliegues divididas tres a un lado y tres al otro, puños duros y botones con cadenita.
La moda iba y venía y el tendero muy contento. De no ser por la moda, debía esperar a que la gente rompiera ropa o engordara para volver al mostrador.
A veces me da por pensar que las modas son inventos secretos de los tenderos.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Luís Adrián Betancourt Sanabria [Placetas, Cuba, 1938] Licenciado en Periodismo en la Universidad de La Habana en 1976 y autor de “Huracán” (Novela), “Expediente Almirante” (Novela), “A la luz pública” (Cuentos), “Aquí las arenas son más limpias” (Novela), “Triángulo en el hoyo 8” (Cuento) “¿Por qué Carlos? (Testimonio), “El extraño caso de una mujer desnuda” (Novela), “El otro cisne azul” (Radio serie), “Sdies piesok chitse” (Novela), “El Código de las Islas” (Radio serie), “La suerte del desconocido” ( Radio serie), “El extraño caso de una mujer desnuda” (Radio serie), “Amor a segunda vista” (cuento), “El sombrero negro” (cuento), “Bien vale la pena” (Teleserie), “Un inquilino raro” (Cuento), “Cargo de conciencia” (Radio serie), “Óleo de mujer” (Radio serie), “El secreto y la sonrisa” (Radio serie), “Esa mujer no existe” (Novela), “Maceta” (Novela), “Lobo de mar” (Testimonio), “Love at second sight” (Cuento), “Cochero” (Testimonio), “Quinta y 14” (Cuentos), “Todas las pistas eran malas” (Cuento), “Las honras del náufrago” (Novela), “Guilty” y “Un topo en el buró”; ha sido corresponsal de guerra, investigador histórico, fotógrafo, marino, maestro, y redactor. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas (UNEAC), y del Grupo Asesor de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), posee la Distinción Félix Elmuza, presidió la Sub Sección de Escritores Policíacos hasta su extinción. Es miembro fundador de la Asociación Internacional de Escritores Policiales y en el marco de la Feria del Libro del 2001 en la Habana fue condecorado con la Distinción por la Cultura Nacional y por acuerdo XI-102 del 3 de abril del 2004 de la Asamblea Municipal del Poder Popular del Cerro fue declarado Hijo Ilustre del Cerro.