© Luís Adrián Betancourt.

Los abuelos del garaje.

Los coches pedían muchos pasados de mano, siempre había un burujón de gente encima de ellos: fregadores, caballericeros, pintores, talabarteros, tapizadores, herreros. De los talleres no salíamos. Reparando y renovando.
Encargábamos esponjas, colleras francaletes, cejaderos, sillines, suelas para sacar arreos y tiradores, alfombras.
Eran montones de cuentas todos los meses: una pieza de hule marca Gallo, barniz Águila, piedra pómez, maíz, avena, heno, maloja, grampas, clavos, manta de piel de tigre para un coche nuevo de lujo, argollas de platino, pintura, hebillas de charol, herraduras de hierro y de goma.
Esos talleres eran los garajes de los coches. Sin desdorar a los pisteros de hoy, hubo talleristas con manos de mago. Yo conocí a unos cuántos. Puedo mencionar a Toribio el de Infanta y Zanja; a Pata de Banco de la calle Maloja; el de Jesús del Monte.
Pero punto y aparte al mentar a José Tres Palacios. No solo reparaba coches, sino que los hacía nuevos. Palacio era único. Tenía su taller en Cuarteles 9.
Donde quiera se podía encontrar a un remendador de guardafangos, pero que hiciera coches nuevos con el estilo y la gracia de Palacios, eso nada más se daba en el taller de Cuarteles.
A Palacios podían encargarle:
-Hazme un carruaje de lujo.
-¿Una Duquesa, un Milord?
-Un Vis a Vis.
-¿De qué color lo quiere? ¿Con qué ribetes? ¿Qué alfombra y adornos prefiere?
Palacios escribía todos los detalles, hacía un plano con los caprichos de los marchantes, y luego, de su magia y de sus mañas, salía el coche nuevo tal como había sido soñado.
Los talleristas del montón trabajaban casi siempre para los coches de alquiler, pero los de la talla de Palacios, nada más servían a los ricos y a los establos de lujo.
La nave de Palacios era grandísima. Dentro de ella había de todo, hasta una capilla para pintar los coches, pero ¡qué pintura!, que después podía uno mirarse la cara en ella.
Lo que salía de ese taller asombraba a su paso. En la calle la gente decía: “ese que va ahí es un coche nuevo de los que hace Palacios.” Porque tenía la marca, porque de su taller salían coches, no paraguas con ruedas.
Lo único que no podía resolver Palacios eran las cajas de los coches. Esa pieza no la podían trabajar los cubanos, pues era muy complicada. Para eso tenían que mandar a buscar armadores franceses, que probablemente eran los mejores del mundo. Pero descontando lo de las cajas, todo lo demás se estaba haciendo en Cuba.
Palacios le fabricó al gobierno un Vis a Vis que había que verlo. Un coche divino. Fue cuando Menocal era presidente y quiso lucirse en los paseos con un coche de rango. Palacios le dijo:
-No se preocupe, que yo también sé hacer coches para presidentes.
Y lo hizo. A Menocal le encantó. Luego compró una pareja de yeguas que le costaron tres mil pesos y se las enganchó. Ese coche lindo no corría,¡volaba!
Yo ví el Vis a Vis de Menocal, fue cuando el entierro del general Emilio Núñez. Sobresalía entre todos. Y al pasar se oía decir:
-Ahí va Menocal en el coche de Palacios.
Y yo viendo que el coche lucía más que el Presidente, pensé: “Ahí va un coche de Palacios con Menocal adentro.”
Solar era un tallerista muy amigo de mi padre. Solar el francés, le decían; era sobrino del ferretero Genaro Acevedo.
En La Huerta trabajaban fijos dos talabarteros, uno como tal y el otro, José María, haciendo las veces de vestidor. Luego también vino a talabartear Benito, un negro viejo, muy buena persona, muy serio y cumplidor.
Benito conocía bien su oficio. Mi padre lo respetaba por eso. Lo traía a la finca por quince o veinte días y compraba dos hojas de suela: una americana, suave, propia para cortar piezas nuevas, y la otra del país, tosca, barata, que se cogía para resolver los remiendos.
-Mira, Benito –decía mi padre-, quiero que me hagas tantas tiraderas, tantos cejaderos, tantos cargadores, un sillín, y con los recorticos que te queden y las suelas del país, compón todos estos parches.
Maño era collerista, pero si hacía falta hacía también las veces de talabartero. Lo único que lo desadornaba como persona era que le gustaba demasiado meterse en la cantina, pero ya dije que esa era una enfermedad de cochero.
Maño hacía las cocheras borracho. Mientras más borracho estaba mejor le quedaban. Con nosotros siempre quedó bien. Y cobrando su jornal iba derechito a la botella.
La Habana estaba llena de comercios dedicados a la talabartería y la tapicería. El Potro Andaluz se llamaba donde comprábamos los sillines y los arreos.
Si había que vestir una Duquesa, eran como doscientos pesos, y cincuenta para el pintor, otros cincuenta para arreos, veinticinco las gomas, encima de lo que costaban el coche y el caballo.
Mi padre nunca ahorró un solo centavo a cuenta de la calidad. Si necesitaba rasqueta, se la buscaba francesa, porque las americanas tenían los dientes muy largos y lastimaban al animal. Si hacían falta gomas nuevas, se compraban las mejores. Daba gusto ver las limoneras y los arreos de nuestros caballos. Tal vez creía que los coches iban a ser eternos. No vio venir la racha de fotingos que acabó con ellos.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Luís Adrián Betancourt Sanabria [Placetas, Cuba, 1938] Licenciado en Periodismo en la Universidad de La Habana en 1976 y autor de “Huracán” (Novela), “Expediente Almirante” (Novela), “A la luz pública” (Cuentos), “Aquí las arenas son más limpias” (Novela), “Triángulo en el hoyo 8” (Cuento) “¿Por qué Carlos? (Testimonio), “El extraño caso de una mujer desnuda” (Novela), “El otro cisne azul” (Radio serie), “Sdies piesok chitse” (Novela), “El Código de las Islas” (Radio serie), “La suerte del desconocido” ( Radio serie), “El extraño caso de una mujer desnuda” (Radio serie), “Amor a segunda vista” (cuento), “El sombrero negro” (cuento), “Bien vale la pena” (Teleserie), “Un inquilino raro” (Cuento), “Cargo de conciencia” (Radio serie), “Óleo de mujer” (Radio serie), “El secreto y la sonrisa” (Radio serie), “Esa mujer no existe” (Novela), “Maceta” (Novela), “Lobo de mar” (Testimonio), “Love at second sight” (Cuento), “Cochero” (Testimonio), “Quinta y 14” (Cuentos), “Todas las pistas eran malas” (Cuento), “Las honras del náufrago” (Novela), “Guilty” y “Un topo en el buró”; ha sido corresponsal de guerra, investigador histórico, fotógrafo, marino, maestro, y redactor. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas (UNEAC), y del Grupo Asesor de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), posee la Distinción Félix Elmuza, presidió la Sub Sección de Escritores Policíacos hasta su extinción. Es miembro fundador de la Asociación Internacional de Escritores Policiales y en el marco de la Feria del Libro del 2001 en la Habana fue condecorado con la Distinción por la Cultura Nacional y por acuerdo XI-102 del 3 de abril del 2004 de la Asamblea Municipal del Poder Popular del Cerro fue declarado Hijo Ilustre del Cerro.