© Luís Adrián Betancourt.

Los vecinos

Alrededor de La Ermita vivían muchas familias de renombre. La finca que nos quedaba al frente, donde ahora está la Biblioteca Nacional se llamaba La Merced; y su propietario era Juan López Domínguez, un canario famoso.
Donde hoy está la Terminal de Omnibus, era la finca La Misericordia, y en ella vivía el coronel Aranda, que se casó con una hija de Petrarca Sañudo; y un día, váyase a saber por qué desavenencia, la mató.
La Sañudo fue una mujer tremenda. Grande, gorda, una mula de fuerte y una leona de carácter era esa señora. A pesar de que por dos veces tocó a su puerta la desgracia, ella mantuvo su temple.
Muy triste es la historia de esta familia. Los padres murieron cuando el tiempo de España, los dos asesinados por su propio yerno el marido de Petrarca.
Desconozco el motivo de aquel crimen. A Elizardo Muñoz no le hacía falta matar a nadie por dinero. No sé por qué le dio esa idea de asesinar a los suegros, pero estoy seguro de que no fue para ganar nada, porque tenía de todo. De su casa de San Rafael y Amistad, el dinero salía por barriles, carretones llenos, todo directo para la cuenta de su banco.
Elizardo también tenía muchas tierras. Los alrededores de la actual Terminal de Omnibus eran suyos, por la calle 10 y 12 a 23, toda la parte que va por la avenida 26 hasta el cementerio chino era suya; lo mismo que el otro terreno grande por la calle 25. La mitad del cementerio de Colón salió de sus donaciones de terreno. Además era dueño de muchas casas y comercios.
Cuando cometió el crimen, La Sañudo le dijo:
-Ni muerto quisiera verte salir por esa calle de San Rafael.
Dicen, yo no lo vi, que cuando Elizardo salió libre, se dio la mejor vida que pudo, que tenía criados, un cochero que lo paseaba todos los días por La Habana y una negra bonita que lo bañaba mientras él le decía: “suavecito, faraona, suavecito”.
Pero esos son chismes que se oyen en los coches, y quién sabe si son inventados para pasar el rato. Nosotros no estamos escribiendo un libro de historia, nada más estoy revolviendo el montón de recuerdos que están en mi cabeza.
Elizardo murió como a los 95 años. Dos agencieros lo bajaron por la calle Amistad. Yo vi su entierro. Nada más era de gente encopetada, gente de bomba como él.
La Sañudo era distinta, porque siendo una gran señora, también de gran fortuna, no se daba tanto piste ni se preocupaba por aparentar lo que era. Al contrario, con tanto dinero, se vestía como la habanera más pobre. Si usted la veía por ahí, no se podía ni imaginar que fuera una mujer tan rica. Usaba mucho un vestido color cucaracha con un trapajo negro en la cabeza, que no era la moda, ni sé si era una maña o si tenía que ver con alguna religión o costumbre de otro país.
Una hija suya estaba casada con Loynaz del Castillo, dueño de una finca grandísima por los alrededores de Capdevilla. Tenía otro hijo, una persona muy correcta, que después fue maestro masón. Y esta otra pobrecita, que murió por la mano del coronel Aranda.
¡Cuánta desgracia tuvo que soportar Petrarca! El marido la dejó huérfana, y Aranda le mató a la hija. No es para juego. Ella le pronosticó:
-Con todo lo coronel que tú eres, todo el tiempo que yo viva tú te lo vas a pasar en la cárcel. Yo sé que cuando me muera tus amigos te van a soltar, tus influencias y tu dinero van a comprar tu libertad, pero hasta entonces vas a estar pagando caro tu deuda.
Y así fue.
Por los rincones de La Ermita vivió sus últimos años don Cipriano Méndez, cochero que mi padre recogió cuando ya nadie lo quería. Era un viejito muy viejito, con grandes patillas blancas y lo único que tenía como suyo era una yegua llamada Bruja y la amistad de mi padre, que le valió para no ir a la muerte como un harapiento.
Yo era un muchachito cuando Cipriano llegó al establo y me divertía ver como le gritaba al animalito:
-¡Bruja, bruja!
Y la yeguita venía obediente y bajaba la cabeza.
Algunos no entendían por qué mi padre hacía esas obras de caridad. Una noche oí quejarse a los cocheros:
-Así que El Montañés no nos pasa una, mientras que a este escombro de viejo lo trae al establo, le da de comer y no le exige.
Yo no me quedé con eso, se lo pregunté a mi padre. No solo por don Cipriano, sino por otros amigos suyos que estaban en caso parecido. Y él me respondió que a todos los hombres no se les podía medir con la misma vara, que ese viejo merecía el trato que estaba recibiendo.
Ya no daba más don Cipriano. Se murió en julio del año 12. Como a las seis y media de la mañana se puso muy mal. Un cochero de nombre David, el maestro de obras Leoncio Salas y el albañil Félix Gutiérrez Arias, más conocido por Fito el de Pilar, por ser hijo de la vecina Pilar Arias, cargaron con el viejo que ya se moría. David salió a toda rienda para el Hospital Número Uno, que hoy es el Calixto García, pero ya don Cipriano iba muy mal. Como a las dos y media de la tarde siguiente murió.
Julio del año 12 fue un mes malo, porque el mimo día en que enterraban a don Cipriano, Tomasito Gutiérrez Arias, el otro hijo de Pilar, mató de una puñalada, a las doce de la noche, a nuestro vecino Florentino Muñíz, dueño de una bodega de La Ermita de los Catalanes llamada El Cañón.
Según oídas, que no lo cuento para que se me crea, ese crimen fue movido por las faldas de una mujer llamada Lola. Y ese hijo de Pilar, después de cumplir su condena, como era hombre de trabajo, llegó a ser delegado en los muelles de La Habana.
Florentino el bodeguero era un buen hombre, muy decente y luchador. Ese mismo día que lo mataron había estado en nuestra casa muy tempranito. Vino a pedirnos un favor. Lo menos que se imaginaba era que la muerte lo estaba esperando. Fue a casa y le dijo a mi madre:
-Juana, présteme el cepillo de carpintero, que quiero poner un mostrador nuevo antes de irme a España a ver a mi madre.
Nunca más volvimos a ver el cepillo, porque de ahí Florentino fue a parar al cementerio. El muerto y el matador eran amigos del barrio. Todavía no me explico por qué a ese muchacho se le ocurrió hacer esa salvajada. Mi madre lloró mucho cuando lo supo. Las cosas que tiene la vida. Un hijo de Pilar corriendo para tratar de salvar a un viejo, y el otro preparando un asesinato.
Y siguiendo el tema del lugar, lo más curioso del paisaje era la iglesia. Fue la que le dio el nombre de La Ermita de los Catalanes. Estaba donde justamente ahora hay un semáforo, en la calle Paseo como quien va para La Habana. Es propiedad de la Beneficencia Catalana. La virgen de los catalanes era negra, y la iglesia muy bonita. La levantaron allí en 1921. Cuando Machado la cogió con urbanizar la Plaza Cívica, la mudaron piedra a piedra para una loma que está frente al Río Cristal.
¡Cómo ha cambiado la finca!, ya de ella nada más queda el cielo y algún árbol viejo que de milagro siga en pie.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Luís Adrián Betancourt Sanabria [Placetas, Cuba, 1938] Licenciado en Periodismo en la Universidad de La Habana en 1976 y autor de “Huracán” (Novela), “Expediente Almirante” (Novela), “A la luz pública” (Cuentos), “Aquí las arenas son más limpias” (Novela), “Triángulo en el hoyo 8” (Cuento) “¿Por qué Carlos? (Testimonio), “El extraño caso de una mujer desnuda” (Novela), “El otro cisne azul” (Radio serie), “Sdies piesok chitse” (Novela), “El Código de las Islas” (Radio serie), “La suerte del desconocido” ( Radio serie), “El extraño caso de una mujer desnuda” (Radio serie), “Amor a segunda vista” (cuento), “El sombrero negro” (cuento), “Bien vale la pena” (Teleserie), “Un inquilino raro” (Cuento), “Cargo de conciencia” (Radio serie), “Óleo de mujer” (Radio serie), “El secreto y la sonrisa” (Radio serie), “Esa mujer no existe” (Novela), “Maceta” (Novela), “Lobo de mar” (Testimonio), “Love at second sight” (Cuento), “Cochero” (Testimonio), “Quinta y 14” (Cuentos), “Todas las pistas eran malas” (Cuento), “Las honras del náufrago” (Novela), “Guilty” y “Un topo en el buró”; ha sido corresponsal de guerra, investigador histórico, fotógrafo, marino, maestro, y redactor. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas (UNEAC), y del Grupo Asesor de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), posee la Distinción Félix Elmuza, presidió la Sub Sección de Escritores Policíacos hasta su extinción. Es miembro fundador de la Asociación Internacional de Escritores Policiales y en el marco de la Feria del Libro del 2001 en la Habana fue condecorado con la Distinción por la Cultura Nacional y por acuerdo XI-102 del 3 de abril del 2004 de la Asamblea Municipal del Poder Popular del Cerro fue declarado Hijo Ilustre del Cerro.