© Luís Adrián Betancourt.

Todo se acabó

Un día llegaron los agrimensores y empezaron a medir toda la finca.
-¿Para qué hacen todo eso? –preguntamos.
-Bueno, es que por aquí el presidente Machado quiere construir una avenida, y esa casa la parte en dos.
-¡Eso está por ver! –dijo mi padre creyéndose en derecho.
-En enero –dijeron ellos- y si tiene duda pregúntele a don Averoff.
Averoff era el dueño de aquellas tierras, y aunque no era un santo, le había encomendado a su apoderado, Alejo Mir, que devolviera los fondos a cada inquilino y encima les regalara la casa que habitaban para que las mudaran de allí como pudieran, porque empezando el año 27, la Loma de los Catalanes debía quedar limpia.
Alejo Mir se calló la boca, siguió cobrando los alquileres mes tras mes, no nos regaló las casas, mucho menos devolvió los fondos. Lo que hizo fue huir con todo ese dinero embolsillado.
La avenida de Rancho Boyeros venía de todos modos rompiendo casas, potreros, lo que se le pusiera delante. Era una gran vía que necesitaban los fotingos, y partió en dos, tal como lo habían pronosticado, el establo de La Ermita.
Una noche, mientras preparábamos la dichosa mudada, mi padre me dijo:
-Se acabó el establo, se acabaron los coches, se acabó tu padre.
Yo tenía 30 años y él 63. No pudo con tanto. Cuando vino a darse cuenta ya no había establo, sino garajes, sobraban los veterinarios y los talabarteros y los marchantes preferían hacer sus diligencias en carros modernos, rápidos y a la moda.
Nada más quedaron algunos cocheros recalcitrantes dándole vueltas al Prado, haciendo piqueras de hambre, ganándose al desespero los centavos. Malanga y Alma Mía fueron los cocheros famosos que más duraron. Iban a buscar americanos y se los llevaban al Sloppy Joe´s Bar y a los barrios de putas.
Malanga se puso más viejo que su coche, ya no podía con él. Alma Mía murió por la mano de un fotinguero irresponsable. Estaba dormido en el pescante de su coche y vino el chofer a hacerle la broma de tumbarlo. Le partió la columna vertebral. Lo mató.
Estaban de malas los cocheros. Yo sabía que todo eso venía caminando desde que vi el entierro de Rodríguez el del Ayuntamniento, cuando sacaron aquel carro negro. Yo dije: “se jodieron los coches fúnebres”. Cuando vi subir a ese muerto por todo Obispo y sin caballos, ¡qué coche iba a seguirlo! Ese entierro de fotingos fue el aviso del fin.
Yo iba detrás de Cirilo, del establo El Almendares. Iba entretenido, pensando en todo lo que se nos venía encima. En eso me salió un fotingo y no pude parar.
Hirió al caballo y me partió las barras. Viendo aquellos destrozos, pensé en mi padre y me dieron ganas de llorar, porque era su mundo lo que estaban enterrando ese día.
Lo mismo que los fotingos mataron a los coches, los camiones a los carromatos, las guaguas a los tranvías, las placas a los techos de viga y losa, el cine al teatro y los aeroplanos a los vapores, así mi padre se vio en ese espejo.
Se quedaba las horas pensando. Le dio por acordarse de todos los malos tiempos que le había tocado vivir al llegar de España, los malos ratos que pasó en los tranvías, todo lo que luchó y trabajó hasta conseguir levantar su propio establo.
Un amigo vino a consolarlo, le dijo que todavía tenía chance de abrirse paso, que se asociara a otros, que en la unión estaba la fuerza, y los tiempos que venían eran de unir capitales.
-Hazte mi socio -le dijo con la mejor intención.
-Socio he sido de mi mujer y de mis hijos –le respondió enmontañado – y nada más con ellos y para ellos trabajo.
Cuando ya no tenía fuerzas para empezar de nuevo, vendió todo lo que tenía y le compró 20 vacas a un tal Robaina. Mi padre no era vaquero como Pepillo el decano de La Ermita, y como todo tiene su arte, las vacas no se le aclimataron, se le fueron muriendo una detrás de la otra. Tuvo que vender la finca para pagar las deudas. Se quedó sin nada, se le enfermó el corazón de tanto sufrimiento.
Durante un año lo atendió el doctor Pagés. Cuando lo ingresaron, mi madre fue a ver al médico.
-A mí con la verdad, doctor Pagés, no me engañe…
-Juana, no te voy a engañar. Al Montañés no le quedan más que tres días.
Estaba en el pabellón García Muñón, el primero a la izquierda entrando por Jesús del Monte. Mi madre no se iba de su lado, y al tercer día él la obligó a que se fuera a descansar un rato en casa.
-Se acabaron las trasnochadas en el sillón, hoy te vas a descansar.
Lo dijo de una manera que engañó a mi madre. Y ella se fue porque lo vio muy vivo y alegre. Creyó que estaba mejorando, que el médico había exagerado. A las nueve Juan Aedo, el mayordomo, le advirtió al jefe de serenos:
-Goyo, al Montañés no le apagues las luces, y la visita que se vaya cuando quiera.
A las once mi padre se despidió de sus amigos.
-Ya han jodido bastante, déjenme descansar.
Se había pasado la noche haciendo chistes, metiéndose con todo el mundo, más contento que nunca. Pero por dentro iba la cuenta de los tres días.
Esa noche había ido a verlo Angelito, un masón que trabajaba en la American Steel. Fue el último en despedirse.
-Tú no te vayas.
-No jodas, Montañés, que mañana tengo que levantarme a las cuatro.
-Es que esta noche me muero, Angelito.
-Tú no te mueres hoy, pero mañana yo sí tengo trabajo.
-Está bien, vete, pero cuando llegues a tu casa, avisa a la mía, porque yo voy a estar ya en capilla ardiente.
Y cumplió su palabra.
Mi padre tuvo un entierro de muchos coches. Fue el más triste que vi en toda mi vida.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Luís Adrián Betancourt Sanabria [Placetas, Cuba, 1938] Licenciado en Periodismo en la Universidad de La Habana en 1976 y autor de “Huracán” (Novela), “Expediente Almirante” (Novela), “A la luz pública” (Cuentos), “Aquí las arenas son más limpias” (Novela), “Triángulo en el hoyo 8” (Cuento) “¿Por qué Carlos? (Testimonio), “El extraño caso de una mujer desnuda” (Novela), “El otro cisne azul” (Radio serie), “Sdies piesok chitse” (Novela), “El Código de las Islas” (Radio serie), “La suerte del desconocido” ( Radio serie), “El extraño caso de una mujer desnuda” (Radio serie), “Amor a segunda vista” (cuento), “El sombrero negro” (cuento), “Bien vale la pena” (Teleserie), “Un inquilino raro” (Cuento), “Cargo de conciencia” (Radio serie), “Óleo de mujer” (Radio serie), “El secreto y la sonrisa” (Radio serie), “Esa mujer no existe” (Novela), “Maceta” (Novela), “Lobo de mar” (Testimonio), “Love at second sight” (Cuento), “Cochero” (Testimonio), “Quinta y 14” (Cuentos), “Todas las pistas eran malas” (Cuento), “Las honras del náufrago” (Novela), “Guilty” y “Un topo en el buró”; ha sido corresponsal de guerra, investigador histórico, fotógrafo, marino, maestro, y redactor. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas (UNEAC), y del Grupo Asesor de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), posee la Distinción Félix Elmuza, presidió la Sub Sección de Escritores Policíacos hasta su extinción. Es miembro fundador de la Asociación Internacional de Escritores Policiales y en el marco de la Feria del Libro del 2001 en la Habana fue condecorado con la Distinción por la Cultura Nacional y por acuerdo XI-102 del 3 de abril del 2004 de la Asamblea Municipal del Poder Popular del Cerro fue declarado Hijo Ilustre del Cerro.